Muy conveniente sería que por estos días de planeación del desarrollo, nos desprendiéramos aunque fuera un poco del individualismo y posiciones mesiánicas y nos dedicáramos a pensar la ciudad que queremos, la ciudad que nos merecemos, nos propusiéramos a proyectar la ciudad que debemos dejar a los que vienen después de nosotros.
Por años nos hemos dedicado a planear desde una visión cortoplacista, con solo el interés económico como guía y con la seguridad como mayor preocupación ciudadana, es apenas obvio, Caucasia es un municipio sumido en la pobreza, la desigualdad social y el abandono estatal, solo basta consultar las cifras oficiales y sin mayor esfuerzo constatamos esta situación, que además no es de hoy, es histórica.
No obstante, cada cuatro años, como si la ciudad confiara en nosotros, la oportunidad de enderezar el rumbo vuelve y se nos presenta, cada cuatro años nos vemos en la posibilidad de planificar nuestro futuro, de pagarnos unas deudas que están ahí, latentes, esperando que se empiecen a saldar.
Nunca por ejemplo, dimos la discusión sobre con qué modelo de ocupación o diseño urbano creceríamos como ciudad y le tocó a la ciudad hacerlo de manera desordenada, sin mayores lineamientos y de la mano de la autoconstrucción asumir el desarrollo urbano que debió estar regulado y dirigido por la institucionalidad local.
Hoy tenemos una ciudad con mezcla de usos y actividades económicas incompatibles, una ciudad sin carácter urbano, que privilegia la imposición de los edificios sobre la estructura ecológica y cuya consecuencia más lamentable ha sido la deforestación urbana para emplazamiento de casas, como si no se pudiera construir sosteniblemente y con criterios ecológicos de avanzada, en parte esta forma de crecer nos tiene sufriendo con intensas olas de calor abrumadoras.
Tampoco nos tocamos el hombro a tiempo, para impedir el desastre ambiental que supuso secar por lo menos siete humedales, para darle paso a la construcción y consolidación de algunos barrios del área urbana y no es que esto esté mal del todo, sino que pudimos pensar una ciudad consolidada en alturas o por lo menos un mejor aprovechamiento del suelo urbano disponible, esto acabó con decenas de especies de avifauna con las que compartíamos el ecosistema urbano y de paso con el sustento de muchas familias.
Nunca nos hemos preocupado por el cuidado y protección de los arboles urbanos, aun sabiendo que son indispensables para que las ciudades sean ambiental y socioeconómicamente más sostenibles, por el contrario nos dedicamos a hacer crecer el parque automotor, a incentivar el uso de la moto y del carro sin siquiera pensar cómo vamos a regular y contrarrestar la contaminación por gas carbónico, partículas de ACPM disueltas en el aire, contaminación del aire por quema de oro o el metano producido por la ganadería, uno de los valores de los arboles urbanos es ese, absorber gases contaminantes, un árbol maduro procesa 150 kilogramos de estos gases por año y ni que decir de otros beneficios, sombra, regula la temperatura, atrapan humedad y valorizan las propiedades.
Y como si con esto no bastara, también hemos obviado la discusión sobre el espacio público, lo que ha facilitado que Caucasia sea una ciudad fractalizada donde cada uno tiene un pedazo de ciudad, un lote, una casa, una calle y una porción de anden, basta intentar caminar por las calles para darnos cuenta que lo que debe ser público está privatizado, alguien lo encerró, se lo apropió y se lo arrebató a la ciclovia, se lo arrebató al peatón.
En conclusión, en planeación del desarrollo aún no hemos aprendido a diferenciar lo determinante de lo importante, ojalá ahora que estamos nuevamente construyendo el plan de desarrollo demos las discusiones que tenemos que dar y que por años han sido aplazadas.